México Campeón del Mundial Sub-17

De pronto vino un servicio largo, tendido, que sin imaginarlo terminaría con 30 minutos de nerviosismo, imprecisiones, que pondría el trofeo más cerca que nunca.

Fue Kevin Escamilla quien atrevió a poner el balón en el área, con el efecto suficiente para que Carlos Fierro se suspendiera en el aire por unos segundos, quizás sostenido por las 104,00 almas que pintaron de verde el Azteca. Ahí, en las alturas, el atacante mexicano recentró la pelota a Antonio Briseño, capitán del equipo que no perdonó y dentro del área chica la empalmó con la diestra para encaminar a México al 0-2 que hoy lo tiene en lo más alto del mundo de la categoría.

Apenas chocó la pelota con las redes, el central mexicano corrió hacia una esquina, extendiendo sus brazos, al mismo tiempo en que se leía en sus labios la frase “te amo”, mientras el Azteca por fin pudo explotar, sacar los nervios, gritando, quizás como nunca, un gol en la eterna casa de la Selección, sintiendo que la copa estaba cada vez más cerca.

El tanto del capi permitió olvidar que los nuestros habían sido un manojo de nervios, que no se encontraban en la cancha hasta antes del tanto mientras el estadio entero tenía la duda de que por fin el Azteca pudiera tener a su equipo levantando una copa. La manera intempestiva como en la que 104,000 personas se levantaron, levantando los brazos, apretando sus puños, hizo que valiera la pena ver como los postes salvaban al Tri más tarde.

Y es que al 34’ Elbi Álvarez tuvo una fracción de segundo para silenciar a todo el inmueble, mandando disparo cruzado que el segundo palo evitó se convirtiera en el del empate. Después, pasada la hora de juego, al 62’, fue a Sebastián Canobra a quien la madera le ahogó el grito de gol y le devolvió el alma a Raúl Gutiérrez, quien ya miraba a Richard Sánchez, su arquero, vencido, esperando lo peor.

Era tanto lo que estaba en juego, que además de las oportunas intervenciones de Richard Sánchez, fue el ingreso de Julio Gómez, el héroe ante Alemania, quien saltó a la cancha aturdido porque todo el estadio coreaba su nombre, lo más emotivo antes de que, al 92’, Giovani Casillas asegurara la copa para los nuestros.

Justo cuando todo mundo suplicaba el final, Arturo González comandó un contra ataque, conduciendo la pelota pegada a sus botines, hasta cederla a Casillas, quien con determinación disparó cruzado, haciendo inútil el lance del arquero, haciendo explotar como nunca al Azteca.

Tras el gol de Giovani ya solo había tiempo para los festejos, para desplomarse en el césped, llevarse las manos al rostro, hincarse al mismo tiempo en el que se miraba hacia el cielo, recitando alguna plegaria opacada por las lágrimas, mientras el Potro Gutiérrez, el mismo gruñón de todo el Mundial, olvidara las rabietas para correr como un niño, dando pequeños brincos, buscando a alguien en las gradas.

Apenas dimensionaron su hazaña, los 21 jugadores se juntaron al centro de la cancha, de rodillas, mirando hacia el cielo, seguramente agradeciendo a los dioses el título, con el “Cielito Lindo” de fondo.(eleconomista.com.mx)