Copas del FC Barcelona en su hitorial

"De Wembley a Wembley, el Barça ha tenido un proceso de maduración extraordinario, hasta el punto de que las victorias han dejado de ser efímeras".

Cuando Patrick Kluivert fichó por el Barcelona, en 1998, recorrió la sala de trofeos azulgrana y, sorprendido, preguntó por las Copas de Europa del club. Poco estudioso, el ariete holandés no podía creerse que una institución con tanto eco solo diera brillo a un trofeo. Y bien reciente, por cierto, porque hasta que la Copa de Europa cambió de nombre el Barça no ganó la primera. Fue en Wembley en 1992, en el año olímpico de Barcelona, en Londres, donde años después Iniesta lograría uno de esos goles que el club rebobinará toda su vida. En aquel Wembley, como anoche, tampoco se alineó el primer capitán. Hace 19 años, Zubizarreta llevó el brazalete en el campo, pero la orejona la recogió Alexanco. Casualmente, el central vasco salió, tras el gol de Koeman, por Guardiola, gestor junto a Zubizarreta de la cuarta. Entonces, Johan Cruyff pidió al portero que cediera el testigo al central. Anoche, la capitanía fue de Xavi; el brazalete final, de Pujol, y la Copa, de Abidal, síntoma inequívoco del sentido coral del vestuario, seña de identidad de un modelo único.

Así es el Barcelona, que parece empeñado en que su liturgia se reproduzca en lugares comunes. Tal es así que jamás ha levantado una de sus cuatro Copas de Europa sin haber hecho bingo la misma temporada en la Liga. Es un equipo de dobletes. Pero no siempre fue así, ni mucho menos, por más que Kluivert, ayer en las gradas londinenses, se quedara mudo en su día. De Wembley a Wembley, el Barça ha tenido un proceso de maduración extraordinario, hasta el punto de que las victorias han dejado de ser efímeras porque, aunque a veces con algunos matices, se impone el modelo y por eso los ciclos se repiten: el dream team, el que sonreía con Ronaldinho o el que seduce con los bajitos. No hay mejor defensa de un ideario que las victorias, pero no hay mayor victoria que el hecho de que la estabilidad de un club no dependa en exclusiva de una final determinada, sino de una hoja de ruta. Es la grandeza de este Barça.

Hay clubes que perduran por encima de los resultados, cuya estructura les permite no vincular su obra a un marcador determinado. Es el caso de este Barça fundado por Joan Gamper y refundado por Cruyff en los años noventa. Hasta el cruyffismo, los barcelonistas habían exhibido dos Ligas en 30 años. El recorrido es elocuente: de las 21 Ligas conquistadas por los azulgrana, 11 llegaron desde el dream team hasta la fecha; de las 25 Copas españolas, torneo de consolación en tantas ocasiones, el Barça solo ha ganado tres desde que el holandés diera horma al equipo. Hoy, sus retos son mayores en la medida en que ha crecido su autoestima, en la medida en que los éxitos deportivos pesan más que la política y ahora las marchas culés se tiñen con las camisetas del equipo. Es la principal simbología de una generación de hinchas que se ha acunado con un club ganador, tan universalmente reconocible por sus victorias como por su ideario, por su innegociable formato. Son, los aficionados de ahora, hijos y nietos del viejo, y crónico hasta el cruyffismo, fatalismo culé.

Aquellos desconsolados por el infortunio de la final de la Copa de Europa de Berna 1961 ante el Benfica o por el colosal petardazo en Sevilla 1986 frente al Steaua. Por el medio, al Barça no le quedó más remedio que festejar una Recopa en Basilea 1979 como si hubiera llegado a la Luna. Hoy, la victoria es una costumbre en este Barça, pero más aún su apego irrenunciable a una forma de concebir este deporte. Si encima juega como los ángeles, caso de ayer, también es el modelo el que se revaloriza. Porque es el modelo el que triunfa: el que permite alinear a siete canteranos, tratar a la pelota como a una dama y conceder la gloria a Abidal en una de las mejores finales que se recordará de un equipo. De un equipo que negocia los partidos; el credo, jamás. Hay muchas maneras de ganar, pero la de este Barça es fascinante.(elpais.com)